Por Rosemary Francisco
Dos amigas, caminaban juntas por la vida, pero sus presencias eran tan contrastantes como la luz del día y la sombra de la noche. Una de ellas irradiaba gracia, dulzura y respeto allá donde iba, dejando tras de sí un rastro de alegría y calidez. En contraparte su amiga parecía marchitar todo a su paso. Su vida estaba envuelta en amargura y soledad, no porque lo deseara, sino porque no había descubierto aún la verdadera esencia de la vida. Atrapada en una espiral de desilusión y dolor, no comprendía que la felicidad no se encuentra en lo que nos falta, sino en cómo decidimos percibir y valorar lo que ya poseemos. Su corazón, endurecido por las heridas del pasado, había perdido la capacidad de ver la belleza en los pequeños gestos cotidianos, en la risa compartida, en el sol que ilumina el nuevo día.
Mientras una vivía con los brazos y el alma abiertas, abrazando cada experiencia con gratitud y alegría, la otra se encontraba cautiva en una prisión invisible, donde el resentimiento y la tristeza la mantenían estancada. No podía ver que la esencia de la vida radica en el amor, no solo hacia los demás, sino hacia uno mismo. Que la libertad verdadera no es la ausencia de dificultades, sino la capacidad de encontrar paz en medio de ellas. Aún no entendía que la vida es un tejido de momentos efímeros, y que es nuestra elección si los vivimos con plenitud o los pasamos por desapercibido. En el fondo, lo que más necesitaba era aprender a perdonarse y a soltar el peso del pasado, para así abrirse a la posibilidad de florecer, de redescubrir la dulzura que yacía dormida en su interior, esperando ser despertada.
Ellas como el yin y el yang eran amigas de siempre, crecieron juntas de la mano en la misma pobreza que sumerge y consume lentamente a los pueblos olvidados de hoy en día, donde la nostalgia parece habitar en cada rincón de los hogares pintorescos y a veces olvidados. Sí, así es, es en esos lugares pintorescos, donde el tiempo se desliza despacio, sin grandes ocupaciones, pero con infinitas historias por contar. Así pasaba un día en una de esas tarde, bajo un cielo teñido de melancolía, conversando como quien comparte el peso de los días, en una complicidad silenciosa que comparten las personas justo con el mismo destino, pero con diferentes focos de ver la vida,y, en medio de esa intimidad, una a la otra le decía;
Oh, Maía, tú, que muy a pesar de tu delgadez y tu fragilidad aparente escondes una fortaleza superior ¿cómo es posible ver tanta calma en tí?
Eres como las aguas mansas de un lago perdido, como una roca solitaria en medio de la vasta inmensidad, esperando, paciente, la caricia de una brisa, o el roce diminuto de una partícula de arena arrastrada por el viento. Siempre estás ahí, inmóvil, en tu propio universo, como si el mundo y sus tempestades no pudieran alcanzarte.
¿Cómo es que lo logras, María?¿Cómo puedes flotar en medio del caos, cuando sé que tu vida no es más fácil que la mía? El pan en tu mesa no es abundante, las facturas te acosan como lobos hambrientos, y aún así, te veo sonreír, te veo rodeada de una familia que parece tocada por la gracia misma. No hay lujos, pero sí risas; no hay excesos, pero sí felicidad; no hay abundancia pero si amor; no hay dinero pero si gratitud; no hay opulencia pero si calor humano. Van por la vida sencillos, sin complicaciones, dando gracias por lo poco que tienen, como si poseyeran el mismísimo universo en sus manos. Y, lo que más me sorprende, es que aún tienen el corazón tan amplio, que dan a otros sin vacilar; se desprenden de lo que apenas tienen, como si no existiera el miedo a la escasez, y al día siguiente, casi por arte de magia, reciben mucho más de lo que entregaron.
Y yo, María... —Tania, con la mirada cabizbaja y voz entrecortada continúa— Yo, María, yo los miro, y no lo entiendo. Porque en mi vida, querida María, yo trato de imitarte de buena manera pero nada me sale, siempre trato de sonreír, de darle al que nada tiene cuando en mi mesa me sobra, de escuchar a la vecina cuando viene con sus deshahogos, o chismes, hablamos de unas y otras y así pasamos horas, a eso llaman empatía verdad? porque yo siento lo que ella siente y nos gusta cuchichear, entre una y otras cosas de la chica más hermosa, o de lo que Matilda lleva, que se ve mas gorda, de la hija de Jimotea que se fue de noche un día y hasta el sol de hoy no regresa porque dicen que se fue con el marido de Jimotea... También voy a misa cada domingo, me arrodillo, rezo con devoción, y aunque me gusta más ver lo que puesto lleva la vecina ese día, igual escucho el sermón del día.
Pero a pesar de todo, las puertas del mundo parecen cerrarse ante mí.
Sigo las leyes del universo, el eterno intercambio, el equilibrio de las fuerzas, ojo por ojo, diente por diente... Pero entonces María, ¿por qué no siento esa paz que veo en ti? ¿Por qué no tengo esa calma en el corazón? Dime, ¿cuál es tu secreto? ¿De qué se trata todo esto?
Esa magia que te envuelve, esa serenidad que me desconcierta, ¡dime, por favor, dime la verdad! ¿De dónde proviene esa fuerza invisible que te mantiene firme, inquebrantable, mientras yo me desmorono en la misma tormenta que tú atraviesas como si para tí solo fuera una brisa leve?
Anda, María, ilumina este sendero que se me vuelve oscuro y áspero. Tú, que pareces habitar en un rincón de calma, en una quietud que nunca he logrado alcanzar, muéstrame cómo llegaste hasta allí. Porque necesito saberlo, necesito descubrir el secreto que te ha concedido esa serenidad que parece abrazarte, mientras yo, perdida en un remolino de pensamientos y sombras, solo busco escapar de la penumbra que me consume.
Dime la verdad, no me dejes más en este misterio. Te he preguntado tantas veces, y cada vez respondes con la misma enigmática frase: "Debes encontrar El Sonido del Silencio." Pero, María, ¿qué significa eso? ¿Cómo puedo encontrar algo que no logro escuchar en medio de los gritos y susurros de mi mente? El silencio que describes me parece un mundo distante, una dimensión a la que no tengo acceso, una paz que, aunque me hablas de ella, no logro tocar.
Déjame comprender cómo hallaste esa paz que tanto me falta, cómo lograste calmar el murmullo interior que a mí me atormenta sin tregua. Muéstrame, enséñame, porque quiero que este grito eterno ceda de una vez, que en mi alma se disipe el eco de tantos temores y ansiedades. Llévame allí, María, ayúdame a encontrar el camino hacia el sonido del silencio, a esa pausa que permita que mi corazón respire en paz. Esa fórmula maravillosa que te hace estar en la cúspide sin estar.
Pero, Tania, mi querida amiga, no hay fórmula alguna que pueda revelarte este camino; es una vivencia interna que cada uno descubre en su momento. Encontrar "El Sonido del Silencio" es como descubrir un refugio secreto dentro de tÍ misma; un espacio profundo y sereno donde cada pensamiento se disuelve y cada emoción se convierte en un susurro, una brisa suave. No se trata de silenciarlo todo, sino de estar presente, sin permitir que te arrastre la corriente de pensamientos, preocupaciones o distracciones.
Cuando comienzas a encontrar el sonido del silencio, comprendes que puede ser simple y, al mismo tiempo, profundamente complejo, como las leyes invisibles que gobiernan el alma y el universo. Es simple, porque todo lo bueno que atraes proviene de tu esencia, de lo bello y auténtico que en silencio has permitido florecer dentro de tí. Lo que irradias al mundo es un reflejo fiel de lo que habita en tu corazón, y el universo responde con la misma pureza con la que te entregas, como un espejo que devuelve la luz o la sombra que proyectas. El alma, en su forma más simple, es un recipiente de amor y paz, siempre dispuesto a dar, a recibir y a conectarse con lo divino. Al acallar las voces externas y buscar sabiduría en el silencio, descubres que lo que ves afuera es solo una proyección de lo que llevas dentro.
Sin embargo, la respuesta también es compleja, pues alcanzar esa claridad interior implica un proceso profundo, casi alquímico, de despojarse de todo lo que pesa y oscurece el alma: el odio que corrompe, el rencor que encadena, la desesperanza que apaga, y la insatisfacción que nunca permite hallar paz. Aquí se manifiesta la belleza del alma, en su capacidad infinita de renovarse y purificarse. No es un camino fácil, pero es el camino hacia la verdadera libertad. Este proceso de desprendimiento es la esencia misma del renacimiento espiritual, donde el alma resurge limpia y ligera, como una flor que se abre tras la tormenta, dispuesta a absorber la luz del amor que la rodea.
En este renacer, el alma alcanza su máxima belleza, ya que ya no se enreda en los deseos mundanos ni se perturba por lo que no puede controlar. Ahora comprende que el amor es su único y verdadero estado. Dar amor es su propósito, y recibir amor su recompensa natural, pues lo que el alma da al mundo, el universo lo devuelve en formas abundantes y misteriosas.
La belleza del alma se expresa en su capacidad de tratar a los demás con la misma ternura, compasión y respeto con que se trata a sí misma. No hay separación entre lo que eres y lo que ves en los demás; el prójimo es, en última instancia, un reflejo de t{i, una extensión de tu ser. Lo que haces por otro, lo haces por tí también. Al mirar a los ojos de alguien más, ves sus luchas, sus anhelos, su deseo de ser amado y comprendido. Ahí radica la profundidad de lo complejo: en la unidad indivisible que conecta a todos los seres, donde lo que afecta a uno, afecta a todos, y lo que beneficia a uno, beneficia al conjunto. El alma comprende que el amor que da es, en realidad, un regalo que se hace a sí misma.
A medida que te desprendes de lo negativo y das paso al amor puro, al respeto profundo por tí y por los demás, el alma florece, irradiando una belleza serena que no puede ser alterada por las circunstancias externas. Es un brillo interno que ilumina cada rincón de la existencia, porque ahora entiendes que cada acto de bondad vuelve a tí multiplicado, y que cada gesto de amor es una semilla que siembras en el tejido del universo, y esa semilla crecerá, más allá de tu vista, para devolverte frutos inesperados.
Esta verdad profunda, aunque parezca simple, está tejida con la complejidad de las leyes espirituales que guían todo lo que existe. Lo simple es el acto de amar, de dar sin esperar, de reconocer en los demás la misma luz que llevas dentro. Lo complejo es el viaje interior, el desprendimiento de todo lo que no es amor, para renacer una y otra vez con un alma más pura y ligera, capaz de irradiar la belleza divina que compartimos.
Para terminar Tania te digo, que encontrar "El sonido del Silencio" es mucho más que hallar calma; es descubrir una forma de vivir en armonía con uno mismo y con el universo. Es encontrar, en ese refugio interno, la paz que te sostiene, la fuerza que te guía y el amor incondicional que eres capaz de dar sin reservas. Esta paz interior no es solo una tregua momentánea en medio del caos, sino una conexión constante y profunda con una serenidad que te permite ver más allá de las dificultades. En ella encuentras la capacidad de aceptar la vida en todas sus facetas, sin resistencia, y en medio de cada experiencia, percibes la presencia divina de Dios que te acompaña, te protege y te inspira siempre.
Cuando alcanzas esa paz, el amor que nace de ti se convierte en un puente hacia los demás, una fuente de luz que puede transformar no solo tu vida, sino también la vida de quienes te rodean. Descubrir el "sonido del silencio" es permitirte ser ese faro de tranquilidad, alguien que irradia calma y compasión, que escucha sin juzgar y que ofrece su apoyo sin esperar nada a cambio. Es aprender a compartir esa serenidad que has cultivado, como un acto de amor que contribuye a sanar el mundo a través de la paz que has hallado en tu interior.
En esta armonía silenciosa, donde lo simple y lo complejo se entrelazan, descubres que la verdadera belleza del alma reside en el ciclo eterno del dar y recibir, donde cada acto de amor vuelve a ti, renovado y multiplicado. Es un flujo inagotable que crece con cada acción bondadosa, cada palabra amable, y cada muestra de compasión sincera. Es como si el universo mismo respondiera a esa vibración pura, devolviéndote aquello que ofreces desde el corazón. Este equilibrio entre la calma y el compromiso, entre el silencio y el amor, es lo que realmente le da sentido a la vida.
Por eso, mi querida amiga, encontrar el "El Sonido del Silencio" no es solo una aspiración espiritual, sino una necesidad profunda para vivir en plenitud. Es alcanzar una paz que, aunque silenciosa, se convierte en el eco constante de una vida guiada por la sabiduría, el amor y la conexión divina. Es descubrir el poder de vivir en el presente, agradecido por cada instante, seguro de que todo lo necesario ya habita en tu interior. En esta serenidad profunda reside la importancia y el propósito de encontrar "El Sonido del Silencio."
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