Por: Julio De los santos
Hola y un fuerte abrazo para toda nuestra comunidad desde Lowell Corazón Latino.
El próximo 5 de noviembre se celebrarán las elecciones presidenciales en Estados Unidos, entre promesas de cambio y proyectos políticos ambiciosos.
Como todo en la política, los mejores deseos y los proyectos que hasta entonces nos parecían inexistentes, conocen la luz. Pero, satisfacer las demandas de una población multicultural y multirracial sin afectar ni una ni otra, es una acción titánica. En este tenor y de cara a analizar los temas más desbordantes sin que ninguna fibra sensible sea tocada, voy a tratar con delicadeza el tema que nos aborda.
Como existen acá solo dos corrientes partidarias, se aboca firmemente el término “elección”, en el que cada cual va a elegir a un candidato según varios criterios: corriente política, lineamientos políticos, afinidad de ideas y el último, pero no menos válido, el populismo que parece a la postre, una herramienta básica para cualquier candidato que quiera azuzar a las más desmañadas masas.
El problema con el populismo es que, usualmente, es una manera mostrenca de ganar popularidad pero que a la postre no tiene ningún resultado firme, haciendo que el verdadero propósito no sea al final alcanzado.
Hoy los candidatos que se nos desvelan tienen pensamientos encontrados y obviamente, nuestra tendencia a desvivir por un salvador, nos lleva a un punto de inflexión en el que un solo paso en falso traería cambios desastrosos en la sociedad como la conocemos hoy. No es de menos valer los males que hoy nos aquejan y que las políticas erradas y el fantasmas del socialismo que todavía sigue recorriendo ya no solamente Europa, sino el mundo, ha creado un efecto mariposa tan al extremo fatídico que aleteó en América Latina y los ventiscos revolvieron las nubes de suelo norteamericano, trayendo como consecuencia el desbordamiento de la frontera con México volando como los insectos hacia la luz del american dream. Pero como reza el refrán: “Lo mucho hasta Dios lo ve” la respuesta no se hizo esperar cuando el descontrol tocó los intereses de los muchos y trajo como consecuencia la retórica de odio, elemento primordial en el populismo, el despertar del gigante del racismo, por algún tiempo dormido.
Desde el bipartidismo y la multiparidad del pensamiento no se llega a ningún sitio hasta que el sentimiento sea común y el objetivo único. Aunar esfuerzos para hacer una sociedad más justa, parece un extracto sacado de la idea utópica de Tomás Moro. La razón como objeto de toda política y de la vida misma, debe siempre ser el estandarte de los pueblos. ¿Se puede hacer justicia desde las aras de la injusticia? ¿Se puede acaso andar hambriento por el camino de la democracia? La democracia no se arropa con sábanas, ni duerme debajo de los puentes. La democracia es quizás el más inverosímil de los privilegios, pero parece que en el siglo XXI nos cuesta mucho enarbolarla.
El entronizado ser de la incertidumbre y del desasosiego no crea soluciones. La lucha del odio contra la esperanza es en proporción una lucha desigual que sólo se vence con la razón, con la que quizás muchos no cuentan. En esta era de las patas arriba, nos parece un presagio casi profético la máxima de llamar a lo malo bueno y a lo bueno malo incluso en épocas en las que toda lucha se dirigía hacia la abolición de la desigualdad social. Hoy día con un mundo que flota íntegramente en la desinformación, la desigualdad, el totalitarismo y el reverie de los cerriles, nos encuentra de cara a unas elecciones que si bien son las más reñidas de toda la historia de los Estados Unidos debido a dos grandes confrontaciones que ha encontrado un país golpeado por el Covid y bordeado por dos guerras que sin duda alguna ha desviado la atención.
Esperamos que en estas elecciones todo pase por bienaventuranza y que la decisión, cualquiera que sea, no traiga estallidos sociales sino más bien la paz que todos deseamos.
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