La historia de una madre que, obligada por la crisis económica, se despide de dos de sus hijos y emprende un arriesgado viaje por Centroamérica junto a su esposo y su hija de tres años.
Por Yvonne Francisco
Entrevista a Ana para Lowell Corazón Latino
Lowell – La migración es, para muchos, una esperanza de mejores oportunidades, pero para otros representa una medida desesperada. Así fue para Ana (nombre ficticio para proteger su identidad), una madre dominicana que, acorralada por la crisis económica, se embarcó en un peligroso viaje hacia los Estados Unidos. Ana dejó atrás la tierra que la vio crecer, dos de sus tres hijos y una vida familiar desgarrada, con la esperanza de construir un futuro más seguro y próspero para su pequeña hija y su familia.
Una vida insostenible en República Dominicana
Ana y su esposo construyeron su vida en Santo Domingo, donde él era comerciante y ella había trabajado en telemarketing en la misma empresa por 17 años, pero un día el dueño la hizo renunciar, por no tener dinero para pagarle. Ana y su esposo no se dieron por vencidos, siguieron luchando pero, a pesar de sus esfuerzos, las circunstancias les jugaron en contra. Una inundación en noviembre del año pasado destruyó el negocio familiar. La madre naturaleza mostró su poder, dejándolos en ruinas; entonces las deudas crecieron, al igual que los problemas económicos que amenazaban su estabilidad.
Cuenta Ana que la situación se agravó tanto que no pudieron seguir pagando el préstamo financiero de su casa; es entonces cuando deciden dejar atrás todo lo que tenían, incluyendo a sus hijos de 9 y 10 años. Tomamos préstamos a intereses altísimos y, al final, no nos quedó otra salida que emigrar. Dejamos deudas, dejamos nuestra casa y hasta un vehículo", cuenta Ana, con lágrimas en los ojos. Esta madre tuvo que despedirse de sus dos hijos mayores, una decisión que, según ella, fue "el sacrificio más doloroso de mi vida."
La promesa de un primo y la esperanza de un mejor futuro
A pesar de los riesgos, Ana y su esposo fueron convencidos de partir hacia Estados Unidos por un primo que les prometió ayuda y trabajos bien remunerados. Con la esperanza de ganar unos 20 dólares por hora, algo impensable en su país, decidieron emprender la travesía. Sin embargo, al llegar a Estados Unidos, la realidad fue completamente distinta. "No nos contrataron porque no hablamos inglés", relata Ana a LCL, mientras su voz se quiebra.
En principio parecía que todo estaba arreglado para que tuvieran un final feliz en Estados Unidos, pero en realidad nada era como se lo pintaron; ni el recorrido por Centroamérica, que le dijeron que sería completamente en auto por el dinero que pagarían, pero tuvieron que atravesar ríos, montes, y pasaron hambre, sed, y desolación. Al llegar aquí, el panorama tampoco era como se lo esperaban.
Un viaje lleno de peligros y amenazas
La travesía, que comenzó en El Salvador y atravesó Honduras, Guatemala y México, costó alrededor de un millón de pesos dominicanos. Pero el precio económico no fue lo más duro; fue el peligro constante y el temor de que algo malo pudiera pasarles en cualquier momento. Ana recuerda cómo cruzaron ríos, caminaron por montañas y pasaron semanas en refugios improvisados, todo mientras temían por la seguridad de su hija de tres años, y de que les robaran el dinero que llevaban consigo para pagar a los coyotes, unos 700 dólares, en cada frontera.
Durante el camino el conductor les hizo bajar del vehículo por temor de que la patruya los detuviera, entonces debieron caminar por entre matorrales y luego, más adelante, los volvieron a montar en el vehículo. Cuenta que el conductor andaba a toda velocidad para que no lo llegaran a detener, lo cual también era peligroso. A pesar de ello, tardaron 23 horas en ese camino. El trayecto se tornó aún más angustiante cuando llegaron a México, donde se les advirtió sobre secuestros y otros peligros. Debían andar siempre juntos para evitar ser secuestrados para pedir rescate a sus familias.
Por otro lado, "nos dijeron que debíamos reunir más dinero para seguir adelante, o quedarnos allí. Estuvimos 22 días esperando, rezando por salir sanos y salvos," explica Ana, recordando los momentos de mayor miedo, como el hambre que tuvo que pasar la niña. El dinero se les había agotado y les faltaban 1,500 dólares para completar el viaje. Su familia en República Dominicana colectó el dinero para hacer el pago final antes de poder cruzar el imponente muro de la frontera que divide a México de Estados Unidos.
Amenazas desde la distancia y una deuda imposible
Además de las amenazas que enfrentaban en su viaje, Ana y su familia no podían olvidar las deudas que habían dejado en República Dominicana. "La persona a quien le debemos dinero ha amenazado a nuestros hijos y a mi madre en el país," confiesa, lo que añade una carga emocional y psicológica a su ya agotadora situación. "No saber si mis hijos estarán bien o si les harán daño por una deuda que tenemos; es algo que no me deja dormir."
Esta deuda por la que recibe amenazas es de RD 250,000 (doscientos cincuenta mil pesos dominicanos), unos 4,500 dólares aproximadamente.
Llegada a Estados Unidos: ¿El fin o el comienzo de un nuevo sufrimiento?
El arribo a Estados Unidos, que debería haber sido un alivio, se convirtió en otro capítulo de sufrimiento. Tras cruzar la frontera, Ana, su esposo y su hija fueron detenidos en un centro de retención. Allí, pasaron horas en condiciones frías e inhóspitas, envueltos en una manta de aluminio que apenas les proporcionaba calor. "Estábamos helados y sólo queríamos que nos dejaran salir para comenzar de nuevo", recuerda.
Posteriormente, fueron trasladados a un refugio en Cambridge, Massachusetts, donde la situación era apenas un poco mejor. En esos refugios, compartían el espacio con decenas de personas y las condiciones eran difíciles. "Nos mandaban a salir temprano en la mañana y no teníamos baños dentro. Había un solo baño para hombres, mujeres y niños, el cual quedaba un poco distantes. Nos bañábamos después de las 9 de la noche, y en algunas ocasiones dormíamos en el piso", cuenta.
También enfrentaron problemas de salud, "tanto nuestra hija como mi esposo se enfermaron. Fue una experiencia difícil, especialmente con la incertidumbre y el miedo constante". La niña aun tiene marcas visibles en una de sus manos de un hongo que contrajo mientras estaba en un refugio.
Entre la depresión y el anhelo de un futuro mejor
Ana confiesa que las dificultades la han llevado a una profunda depresión, una que es difícil de sobrellevar estando lejos de casa, sin la seguridad de un empleo y con la incertidumbre de no saber cuándo volverá a ver a sus hijos. "No sé si todo esto valdrá la pena, pero no puedo permitir que mi hija crezca en la misma situación en la que nosotros nos quedamos atrapados en Santo Domingo."
Hoy, Ana y su esposo buscan con qué ganarse la vida, y poder tener un techo, y lograr construir el futuro que soñaron antes de partir. Aunque la situación es dura y las promesas de empleo y estabilidad se disipan entre las dificultades de la vida en Estados Unidos, esta madre dominicana aún alberga la esperanza de un futuro mejor para su familia.
Sacrificio y supervivencia
La historia de Ana refleja el dolor y el sacrificio que muchos migrantes enfrentan al dejar su país. No son solo cifras o estadísticas; son padres, madres e hijos que arriesgan todo para darle a sus seres queridos la oportunidad de una vida mejor. Con el corazón dividido y una lucha incansable, Ana sigue adelante, sosteniéndose en la esperanza de que, algún día, los sacrificios que ha hecho finalmente tendrán su recompensa.
Ahora Ana está sin trabajo y la esperanza de ver cumplir su sueño americano se pone cada vez más lejana, a la espera de la decisión de un juez en la corte, donde espera que le otorguen un tiempo de estadía para poder trabajar y ganar dinero para pagar la deuda que tienen en República Dominicana, y lo más importante poder volver a estar con sus otros dos hijos, junta toda la familia.
No tiene para pagar a un abogado para su defensa
A pesar de su lucha y del inmenso sacrificio que ha realizado para llegar a Estados Unidos, Ana y su esposo se enfrentan a un nuevo obstáculo: la falta de recursos para cubrir su defensa legal. Como muchas familias migrantes, Ana y su esposo no cuentan con el dinero necesario para contratar a un abogado que los represente en el complicado proceso migratorio. "Hemos gastado todo lo que teníamos para llegar hasta aquí, y ahora nos sentimos atrapados," confiesa Ana. La falta de representación legal no solo incrementa su vulnerabilidad, sino que también limita sus posibilidades de permanecer en el país de forma segura y regularizada, dejándolos a merced de un sistema que les resulta abrumador y desconocido.
Arrepentida
Al preguntarle si volvería a emprender el mismo recorrido, Ana responde con firmeza: no, jamás lo haría de nuevo. A quienes tienen un trabajo y comida segura en su país, les aconseja que se queden allá, porque la vida en Estados Unidos, según comenta, no es tan fácil como muchos la han dibujado y muchos otros imaginan.
Ana, al igual que muchos inmigrantes, saboreó el amargo de una realidad que los golpea indolentemente. El hecho de no hablar el idioma Inglés, la falta de trabajo, en muchos casos la discriminación por ser inmigrantes, la falta de recursos legales, el duelo migratorio por la falta de los seres queridos que dejaron atrás; cada uno de estos obstaculos pinta un panorama muy sombrío y un futuro muy incierto, que parece cada vez más distante de aquel anhelado “sueño americano” que le motivó a arriesgarlo todo.
Esta entrevista fue concedida por Ana a Lowell Corazón Latino. El nombre de Ana es ficticio, por protección.
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Conviértete en Santa
Si no sabes a quién dar tus regalos este fin de año, te presentamos a esta familia, conviértete en su Santa. El esposo de Ana aún lleva los mismos zapatos con los que cruzó la frontera; la niña de Ana necesita pampers y una muñeca. Todos necesitan ropa, zapato y abrigo. Los coyotes les hicieron dejar abandonadas sus pocas pertenencias para poder hacer la travesía.
Nota al margen: Las lluvias torrenciales en República Dominicana en el mes de noviembre del 2023 dieron como resultado 24 personas fallecidas y numerosas inundaciones en todo el país, y se registraron precipitaciones sin precedentes, con más de 431 mm de lluvia en sólo 24 horas. Una de las tragedias más recordadas en esta fecha causada por las inundaciones fue el derrumbe del puente a desnivel de la avenida 27 de Febrero, en el que fallecieron 9 personas.
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